Por qué hablar de biogás y biometano: del potencial técnico a la acción

La Agencia Internacional de la Energía presenta su análisis más completo sobre biogás y biometano: una hoja de ruta para escalar esta fuente renovable, local e infrautilizada, que examina su producción actual, potencial técnico, costes, etc.
Autor/es
Griselda Romero
Publicado en
21-11-2025

La transición energética necesita todas las soluciones disponibles. En un escenario global marcado por la urgencia climática, la inestabilidad geopolítica y la necesidad de reforzar la seguridad del suministro, el biogás y el biometano resurgen como aliados estratégicos. No son tecnologías nuevas, pero sí cada vez más relevantes por su capacidad para transformar residuos orgánicos en energía limpia, local y despachable.

Su atractivo es doble. Por un lado, son combustibles renovables con capacidad de integración inmediata: el biometano, en particular, puede sustituir al gas natural fósil sin necesidad de adaptar infraestructuras. Por otro, su valor va mucho más allá de los kilovatios hora: contribuyen a la gestión de residuos, al desarrollo rural, a la creación de empleo y a la reducción de emisiones, conectando sectores clave como la agricultura, la industria o el transporte.

Durante años, su despliegue ha sido limitado por altos costes, trabas administrativas y falta de visión política. Sin embargo, el contexto ha cambiado. Desde 2020 se han introducido más de 50 nuevas políticas para impulsar estas tecnologías. Y la crisis energética de 2022, con los precios del gas disparados, actuó como catalizador, acelerando el interés político y económico por los biogases como solución estratégica.

 

En apenas cinco años, más de 50 países han aprobado nuevas políticas para apoyar el despliegue del biogás y el biometano. El impulso político es real, pero aún insuficiente frente a las barreras existentes

 

La Agencia Internacional de la Energía (IEA, por sus siglas en inglés) publicó el pasado mes de mayo su informe más completo hasta la fecha: “Perspectivas para el biogás y el biometano: una evaluación geoespacial global”, que ofrece una radiografía inédita sobre el potencial real de estas fuentes, basada en un análisis geoespacial pionero y una visión integral de sus implicaciones energéticas, ambientales y económicas.

Este reportaje recoge las principales claves del informe para entender por qué los biogases son una pieza cada vez más estratégica del mix energético. Desde su punto de partida hasta las proyecciones de crecimiento, pasando por su potencial técnico, impacto territorial, retos normativos y beneficios colaterales, analizamos qué hace falta para que dejen de ser una promesa y se conviertan, de una vez por todas, en una realidad a escala.

 

 

Punto de partida: producción y consumo

La producción y el consumo de biogases están creciendo, pero desde una base muy baja. Pese al enorme potencial, el punto de partida desde el que se parte es aún modesto. Según los últimos datos de la Agencia Internacional de la Energía, la producción combinada de biogás y biometano alcanzó en 2023 unos 50.000 millones de metros cúbicos equivalentes de gas natural (bcme) a nivel mundial. Una cifra significativa, pero que representa una fracción muy pequeña del mix energético global.

La mayor parte de esta producción procede de Europa, Estados Unidos y China, con Alemania liderando el ranking global. Sin embargo, Dinamarca es uno de los casos más sobresalientes en términos relativos: en 2024, los biogases representaron ya el 40 % de su demanda total de gas, un porcentaje que da idea del grado de penetración que pueden alcanzar en contextos favorables.

A escala global, el biometano está creciendo a un ritmo anual de en torno al 20 %, lo que lo convierte en una de las formas de bioenergía de más rápido crecimiento. Aun así, su presencia sigue siendo marginal: representa tan solo el 0,2 % de la demanda global de gas natural. En conjunto, los biogases suponen alrededor del 3 % del consumo mundial de bioenergía moderna.

 

Potencial técnico y geográfico

Uno de los hallazgos más reveladores del informe de la IEA es el enorme y creciente potencial técnico —aún sin aprovechar— que tienen el biogás y el biometano a nivel mundial. El análisis geoespacial realizado en más de cinco millones de ubicaciones en todo el planeta —el más completo hasta la fecha— estima que sería técnicamente viable producir cerca de un millón de millones (1 billón) de metros cúbicos equivalentes de gas natural al año utilizando únicamente flujos de residuos orgánicos sostenibles. Esto representa aproximadamente una cuarta parte de la demanda global actual de gas natural.

 

 

El mundo dispone del potencial técnico necesario para producir anualmente hasta 1 billón de metros cúbicos de biogás y biometano, lo que representa el 25 % de la demanda global de gas natural

 

 

La cifra mejora en un 30 % la estimación que la IEA había planteado en su informe de 2020, gracias a la actualización de los datos sobre producción agrícola, generación de residuos y mejoras en las infraestructuras. Todos los insumos contemplados —desde residuos agrícolas hasta lodos de depuradora, pasando por residuos forestales o biorresiduos municipales— son compatibles con tecnologías existentes, no compiten con usos alimentarios ni con el suelo agrícola, y no comprometen principios de sostenibilidad como la biodiversidad.

Asimismo, el informe destaca que casi el 80 % de este potencial sostenible se concentra en economías emergentes y en desarrollo, con Brasil, China e India como principales exponentes. En el caso de India, el volumen de biogás que podría generarse duplicaría su consumo actual de gas natural, lo que lo convierte en un recurso estratégico de primer orden para reducir la dependencia de importaciones y mejorar el acceso a la energía en zonas rurales.

En los países con economías avanzadas, el potencial técnico sigue siendo considerable, pero está mucho más explotado. Estados Unidos es el país desarrollado con mayor capacidad técnica, mientras que la Unión Europea destaca por ser la región que mejor ha sabido activar sus recursos: actualmente aprovecha cerca del 40 % de su potencial técnico, muy por encima de la media global, que no supera el 5 %.

 

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Costes, competitividad y valor añadido

Una de las preguntas clave sobre el biogás y el biometano es si pueden competir en coste con los combustibles fósiles. La respuesta, como suele ocurrir en el sector energético, depende del contexto. En muchos casos, sí; en otros, todavía no. Pero el análisis económico va mucho más allá del precio unitario: también hay que considerar los beneficios indirectos que estos gases renovables aportan al sistema energético, al medio ambiente y a las economías locales.

Hoy, producir biometano cuesta de media unos 18 dólares por gigajulio (USD/GJ). Esto lo sitúa por debajo del precio final del gas natural en muchos mercados, aunque aún muy por encima del coste de producción del gas fósil —alrededor de cinco veces más, según datos de la IEA—. En términos energéticos, equivale a unos 100 dólares por barril de petróleo.

Aunque el 90 % del potencial técnico identificado para la producción de biogases se sitúa entre 10 y 30 USD/GJ, solo una pequeña parte de ese volumen es hoy realmente competitiva en condiciones de mercado convencionales. Aun así, ya existen oportunidades viables: alrededor de 45.000 millones de metros cúbicos equivalentes (bcme) de biometano podrían producirse a un precio igual o inferior al de los mercados mayoristas de gas natural —más de cinco veces la producción actual.

La competitividad puede mejorar notablemente mediante economías de escala. Las plantas de mayor capacidad resultan hasta un 40 % más económicas que las de menor tamaño, y la creación de clústeres con infraestructuras compartidas permitiría optimizar costes logísticos y operativos.

 

 

Reconocer y retribuir las externalidades positivas del biogás —como la captura de metano o la valorización del digestato— es clave para cerrar la brecha de costes y acelerar su despliegue

 

 

Pero reducir costes no es la única vía para hacer viable el biogás. La puesta en valor de sus externalidades positivas —como la captura de emisiones, la valorización del digestato como fertilizante o el aprovechamiento del CO₂ biogénico— puede cambiar las reglas del juego. Si se asigna un valor económico a estos beneficios, por ejemplo mediante precios del carbono de entre 50 y 70 USD por tonelada, el volumen potencialmente competitivo se dispara hasta 400 bcme. En definitiva, la clave no está solo en producir más barato, sino en reconocer todo lo que los biogases aportan más allá de la energía. Es ahí donde reside su verdadero valor añadido.

 

Contribuciones clave de los biogases

El atractivo de los biogases no reside únicamente en su capacidad para generar energía renovable. Su verdadero valor está en la cantidad de beneficios colaterales que ofrecen y que los convierten en una herramienta estratégica para una transición energética más justa, segura y sostenible.

Desde el punto de vista energético, el biometano puede inyectarse directamente en las redes de gas existentes, sin necesidad de adaptar turbinas, calderas o sistemas de transporte. Esto lo convierte en una opción versátil para descarbonizar sectores difíciles de electrificar. Además, al ser una fuente despachable —que puede activarse según las necesidades del sistema eléctrico—, desempeña un papel clave como respaldo para las renovables variables, aportando estabilidad y continuidad al suministro energético.

A nivel ambiental, los biogases permiten valorizar residuos orgánicos que de otro modo generarían emisiones o terminarían en vertederos. Su producción genera un subproducto rico en nutrientes —el digestato— que puede utilizarse como fertilizante, cerrando así el ciclo de los nutrientes en la agricultura. En determinadas condiciones, también permite capturar CO₂ biogénico, que puede utilizarse en industrias como la alimentaria o transformarse en combustibles sintéticos si se combina con hidrógeno verde.

El impacto positivo se extiende también al ámbito rural. La mayoría de los costes asociados a su producción se quedan en la economía local: mano de obra, cadenas de suministro, servicios de mantenimiento... Esto se traduce en empleos estables en zonas agrícolas, dinamización del territorio y refuerzo de la autonomía energética local.

Por último, el biogás tiene un fuerte potencial de mitigación climática. Cuando se produce a partir de residuos ganaderos o lodos de depuradora, puede evitar emisiones de metano —un gas de efecto invernadero muy potente— que de otro modo se liberarían.

En suma, los biogases no son solo una fuente de energía. Son una solución transversal que conecta energía, agricultura, gestión de residuos y empleo, con impactos positivos difíciles de igualar por otras tecnologías.

 

Retos para escalar

Convertir el potencial del biogás y el biometano en realidad exige superar una serie de obstáculos que, en muchos casos, han frenado su despliegue. Son barreras complejas, que van más allá del mero coste económico e implican aspectos normativos, logísticos y tecnológicos. A continuación, exploramos los cuatro grandes desafíos que siguen limitando su desarrollo a gran escala.

Cuatro grandes barreras que frenan al biogás (y cómo superarlas)

1. Materias primas y regulación

Sin acceso fluido y regulado a los residuos orgánicos, no hay biogás posible.

2. Fugas de metano

Controlar las fugas es vital para que el biogás cumpla su promesa climática.

3. Barreras administrativas: permisos y desarrollo de proyectos

La burocracia sigue siendo una de las mayores barreras para escalar el biometano.

4. Innovación y mejora tecnológica

Mejorar rendimientos, integrar procesos y reducir costes sigue siendo clave.

 

Disponibilidad de materias primas y marcos normativos

La producción de biogás depende directamente de la disponibilidad de residuos orgánicos y subproductos agrícolas o industriales. Sin embargo, acceder a estas materias primas no siempre es sencillo. Las regulaciones varían de un país a otro e incluso entre regiones, afectando tanto al tipo de residuos que pueden utilizarse como a los procedimientos para su recogida y valorización.

En Europa, por ejemplo, algunos gobiernos han restringido el uso de cultivos energéticos para evitar conflictos con la producción alimentaria, priorizándose residuos agrícolas, estiércol, biorresiduos o lodos de depuradora entre otros. Pero para que esta estrategia sea efectiva, se requiere una normativa clara que facilite el acceso a estos recursos y promueva su recogida y tratamiento. Por su parte, en Estados Unidos, el biogás aún proviene mayoritariamente de vertederos, aunque las políticas empiezan a enfocarse en el estiércol, especialmente en explotaciones lecheras de gran escala.

Esta diversidad de enfoques complica el desarrollo de mercados comunes y pone de relieve la necesidad de una mayor armonización regulatoria a escala nacional e internacional.

 

Sostenibilidad y emisiones: el problema de las fugas de metano

Una de las grandes promesas del biogás es su capacidad para reducir emisiones de gases de efecto invernadero. Sin embargo, esta promesa puede verse comprometida si no se controlan adecuadamente las fugas de metano durante la producción, el almacenamiento o la purificación del biogás. Los estudios disponibles muestran que muchas plantas de biogás emiten entre el 2 % y el 5 % del metano que producen. Aunque este nivel es comparable al de otras infraestructuras energéticas, reduce significativamente los beneficios climáticos esperados, especialmente si se compara con otras alternativas renovables con emisiones casi nulas.

La solución pasa por aplicar buenas prácticas de forma sistemática: desde el almacenamiento cerrado del digestato, hasta la combustión de gases residuales durante el proceso de upgrading, pasando por la implantación de programas de detección y reparación de fugas (LDAR). Si se quiere que el biogás sea parte de la solución climática, estas medidas no pueden ser opcionales.

 

Barreras administrativas: permisos y desarrollo de proyectos

Levantar una planta de biogás o biometano no es una tarea sencilla desde el punto de vista burocrático. En muchos países, los promotores se enfrentan a procesos de autorización largos, costosos y plagados de incertidumbres. Obtener los permisos necesarios puede llevar entre dos y cinco años, e incluso hasta siete en determinados casos, debido a la superposición de normativas locales, autonómicas y nacionales.

Aunque estas dificultades no son exclusivas del biogás —también afectan a otras energías renovables—, resultan especialmente problemáticas en proyectos que deben adaptarse al entorno rural y manejar residuos orgánicos. Algunos promotores han encontrado vías para acelerar los plazos, por ejemplo, evitando la conexión a la red eléctrica —una de las principales fuentes de cuellos de botella en la tramitación—, pero la generalización de estas soluciones exige cambios estructurales en la forma en que se planifican y autorizan las instalaciones energéticas.

 

Innovación y mejora tecnológica

A diferencia de otras tecnologías renovables aún en fase de desarrollo, el biogás cuenta con soluciones maduras y probadas. Sin embargo, esto no significa que no haya espacio para innovar. Todo lo contrario: hay margen para mejorar la eficiencia energética de las plantas, aumentar el rendimiento de metano por unidad de insumo, optimizar la recuperación de recursos y reducir costes.

Una de las líneas de innovación más prometedoras es la integración del biogás con otras cadenas de valor. Por ejemplo, el CO₂ biogénico obtenido durante el proceso de upgrading del biometano puede combinarse con hidrógeno renovable para producir combustibles sintéticos. Del mismo modo, el digestato puede procesarse para obtener fertilizantes de mayor valor añadido o transformarse en biochar, un material rico en carbono con múltiples aplicaciones agrícolas y de captura de carbono. Estas mejoras tecnológicas no solo pueden aumentar la rentabilidad de los proyectos, sino también reforzar su papel en una transición energética más circular y eficiente.

 

¿Qué políticas hacen falta?

El desarrollo del biogás y el biometano a escala global sigue dependiendo en gran medida de un respaldo político claro, coherente y sostenido en el tiempo. La mayor parte de la producción actual de estos gases renovables está apoyada por incentivos y políticas públicas, y todo apunta a que este soporte será imprescindible también en el futuro.

 

Los mercados están empezando a reconocer el valor ambiental del biogás, pero su viabilidad económica sigue dependiendo de políticas que pongan en valor sus múltiples beneficios sociales y ecológicos

 

Uno de los retos centrales para los responsables políticos es orientar los esfuerzos hacia las materias primas y los usos más prometedores, evitando a su vez impactos no deseados. Dado que el volumen de residuos orgánicos es limitado y que su disponibilidad depende de múltiples factores —como la regulación agrícola o los sistemas de recogida de biorresiduos—, las políticas deben priorizar aquellas materias que no compitan con la producción de alimentos ni conserven impactos sobre la biodiversidad o el uso del suelo.

Otro aspecto crucial es la necesidad de coordinación institucional. El biogás se sitúa en la intersección de múltiples políticas —energía, residuos, agricultura, industria, agua—, lo que exige una planificación territorial inteligente y un marco normativo coherente que permita alinear objetivos y evitar bloqueos derivados de normativas contradictorias. Esta falta de armonización, sumada a los procesos administrativos complejos y lentos, ha sido una barrera constante para el despliegue de nuevas plantas, especialmente en Europa.

Es igualmente importante evitar incentivos perversos. Las políticas deben reconocer el valor de los residuos como insumo energético, pero sin llegar a fomentar su generación. El objetivo debe seguir siendo minimizar la producción de residuos desde el origen, y asegurar que el biogás encaje dentro de una estrategia de economía circular que priorice la prevención, la reutilización y el reciclaje.

Además, se requiere una supervisión constante de los impactos sobre sistemas alimentarios, biodiversidad y prácticas agrícolas, especialmente en países donde la presión sobre el suelo y los recursos es elevada. El desarrollo de políticas efectivas debe ir acompañado de instrumentos de seguimiento y evaluación, que permitan adaptar las medidas si aparecen efectos colaterales no deseados.

Entre las herramientas más eficaces ya utilizadas en diversos países para incentivar el desarrollo del biogás se encuentran los mandatos de mezcla obligatoria con gas natural, las cuotas mínimas de consumo para determinados sectores, los sistemas de certificación de origen que garantizan la sostenibilidad del gas renovable, y los mercados de certificados de sostenibilidad, que aportan señales económicas a productores e inversores.

En definitiva, el despliegue a escala del biogás y el biometano no depende solo de avances tecnológicos o de la disponibilidad de materia prima. Depende, sobre todo, de una visión política clara, de reglas del juego estables y de una regulación bien diseñada, que permita desbloquear las inversiones, garantizar la sostenibilidad y aprovechar todo el valor añadido que esta energía renovable puede generar.

 

Perspectivas de futuro: ¿cuánto crecerán los biogases?

El contexto ha cambiado sustancialmente desde 2020. La crisis energética global de 2022, con precios disparados del gas natural, ha sido un punto de inflexión que ha reactivado el interés político y económico por el biogás y el biometano. A ello se suma una electrificación creciente que, lejos de restarles protagonismo, incrementa su valor como respaldo flexible y sostenible.

Ambas fuentes se consolidan como las formas de bioenergía con mayor proyección. Según los escenarios del informe de la IEA, su participación en el conjunto de gases se multiplicará por cinco o por diez hasta 2050, dependiendo del nivel de ambición climática. En el escenario STEPS —basado en políticas actuales— los biogases cubrirán el 5 % de la demanda global de combustibles gaseosos, frente al 1 % actual. En el APS —que contempla el cumplimiento pleno de los compromisos de neutralidad climática— la cuota alcanzaría el 10 %.

 

El biogás y el biometano son las formas de bioenergía que más rápido están creciendo a escala global, con potencial para multiplicar por diez su participación en el mix energético mundial de aquí a 2050, si se cumplen los compromisos climáticos

 

El crecimiento será especialmente pronunciado en el caso del biometano, cuya producción se multiplicaría por cuatro o por diez en 2035, según el escenario. El biogás para consumo directo crecerá a un ritmo más moderado, en torno al 3 % anual, alcanzando unos 60.000 millones de metros cúbicos equivalentes de gas natural (bcme).

Geográficamente, el liderazgo cambiará de manos: Europa y América del Norte concentran hoy el 60 % de la demanda mundial, pero serán las economías emergentes —en especial China e India— las que marquen el ritmo de crecimiento en las próximas décadas. China registrará el mayor incremento absoluto, mientras que India triplicará su consumo para 2035.

En cuanto a los sectores impulsores, destacan el eléctrico, la industria agroalimentaria y papelera, y la movilidad, donde el biometano ganará presencia como combustible alternativo al diésel e incluso como gas vehicular inyectado en red.

Actualmente, menos del 5 % del potencial técnico sostenible de los biogases está aprovechado. El informe proyecta que esta cifra podría subir hasta el 17  % en 2050 bajo políticas actuales, y hasta el 25  % si se cumplen los objetivos climáticos. Regiones como Europa y China podrían llegar a explotar prácticamente todo su potencial disponible.

El despliegue del biometano también aportaría beneficios claros en seguridad energética. Solo en la UE, el desarrollo de esta fuente permitiría evitar en 2050 la importación de hasta 75.000 barriles diarios de petróleo y 7.000 millones de metros cúbicos de gas natural. Y a escala global, si se gestiona de forma responsable, puede contribuir significativamente a la reducción de emisiones, siempre que se controlen las fugas de metano y se aprovechen plenamente los coproductos como el digestato o el CO₂ biogénico.

En definitiva, el biogás ya no es una promesa de futuro: es una palanca de presente que puede escalar rápido si se activan las condiciones adecuadas.

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