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En el mundo agrario estamos acostumbrados a mirar de frente a los retos. Lo hemos hecho frente a las sequías, la volatilidad de los mercados o la falta de relevo generacional. Pero también tenemos retos que vencer como son la eliminación de las materias que producimos en nuestras actividades diarias: eliminación de purines, estiércoles, hollejo, restos de podas, lana... Ahora, en pleno proceso de transición energética, se nos abre una nueva puerta que, bien gestionada, puede convertirse en una auténtica palanca de transformación para nuestras explotaciones y nuestros pueblos. Esa puerta se llama biogás y biometano, y, conviene dejarlo claro desde el principio: no estamos hablando de un futurible, sino de una realidad tecnológica probada, capaz de aportar soluciones inmediatas tanto al problema de los residuos como a la necesidad de generar energía limpia.
El sector agroganadero, tantas veces señalado por sus emisiones, reclama también su lugar en la transición energética. Y no es una aspiración retórica: es la posibilidad de dar valor a lo que hoy se considera un desecho y transformarlo en energía renovable, reduciendo la dependencia de combustibles fósiles y aportando un beneficio directo a agricultores, ganaderos y al conjunto del medio rural. Una opción doblemente útil: ambiental y social.
En pleno proceso de transición energética, se nos abre una nueva puerta que, bien gestionada, puede convertirse en una auténtica palanca de transformación para nuestras explotaciones y nuestros pueblos. Esa puerta se llama biogás y biometano
Residuos que se convierten en recursos
La clave del biometano es sencilla: aprovechar los residuos orgánicos —purines, estiércoles, restos de cosechas, subproductos de la industria agroalimentaria— y transformarlos en gas renovable. Lo que hasta ahora representaba un problema de gestión y, en muchos casos, una fuente de contaminación, se convierte en recurso estratégico.
En España, el potencial es enorme. Según cálculos recientes, se podrían reutilizar hasta 120 millones de toneladas anuales de residuos orgánicos para generar energía limpia. Sirva esta comparación: por cada tonelada de carne que exportamos, generamos diez toneladas de residuos. Tenemos la obligación y la oportunidad de darles una salida útil. En ese “doble valor” reside el núcleo del asunto: menos residuos y más energía.
La economía del aprovechamiento, tantas veces enunciada en informes y estrategias, encuentra aquí un ejemplo práctico. El ciclo se cierra en el propio territorio: lo que nace en el campo vuelve al campo en forma de energía y fertilizantes orgánicos procedentes del digestato, reduciendo el uso de abonos químicos.
Una oportunidad económica para el medio rural
La dimensión ambiental es importante, pero sería ingenuo pensar que bastará con ella para impulsar un cambio real. Para que el biometano despegue en nuestro país, debe demostrarse también como un motor económico. Y lo es.
La plataforma Gas Verde Sí calcula que el despliegue del biometano en España podría generar más de 21.000 empleos directos y atraer 40.000 millones de euros en inversiones, especialmente en las zonas rurales. Hablamos de oportunidades de trabajo cualificado, de actividad industrial vinculada a la construcción y mantenimiento de plantas, y de ingresos adicionales para explotaciones agrícolas y ganaderas que hasta ahora solo veían en los residuos un coste.
En un contexto en el que el campo reclama medidas eficaces contra la despoblación, el biometano se presenta como un aliado inesperado. No solo por los empleos directos, sino por el efecto tractor que puede tener sobre cooperativas, industrias de transformación y servicios auxiliares en el medio rural.
ASAJA ha reclamado en varias ocasiones que el biometano se reconozca como una apuesta estratégica de país, con la misma ambición que en otros Estados miembros
Energía autóctona, renovable y competitiva
España importa en torno al 70% de la energía que consume. Esta dependencia es una vulnerabilidad estratégica, como quedó patente con la reciente crisis energética en Europa. El biometano ofrece justo lo contrario: una fuente autóctona, renovable y competitiva, capaz de integrarse en el mix energético sin necesidad de grandes inversiones en infraestructuras.
Las calderas existentes son compatibles con este gas, la red de distribución ya está desplegada y sectores como la vivienda o la industria podrían reducir sus emisiones sin asumir costes tecnológicos inasumibles. Para los agricultores, el biometano puede incluso tener aplicaciones directas: combustible para maquinaria agrícola, reducción del gasto energético en explotaciones intensivas o integración en comunidades energéticas rurales.
Francia, Dinamarca o Alemania ya lo han comprendido y cuentan con cientos de plantas en funcionamiento. En España, en cambio, apenas representó el 0,09% de la demanda de gas natural en 2024. El desfase es evidente, pero también lo es la oportunidad: tenemos margen para crecer, y el sector agrario está dispuesto a asumir el liderazgo.
Barreras regulatorias: el tiempo que no tenemos
El gran freno no es técnico ni económico, sino regulatorio. Los plazos para conceder licencias, la falta de objetivos claros en el Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (PNIEC) y la ausencia de un marco de apoyo decidido mantienen el biometano en un segundo plano.
Mientras Francia ya supera las 600 plantas operativas, España cuenta con poco más de medio centenar de proyectos piloto o incipientes. El potencial no basta: hacen falta reglas claras, incentivos estables y una simplificación administrativa que permita al sector dar el salto.
ASAJA ha reclamado en varias ocasiones que el biometano se reconozca como una apuesta estratégica de país, con la misma ambición que en otros Estados miembros. No se trata de pedir privilegios, sino de aprovechar un recurso que está ahí, infrautilizado, y que puede ser determinante tanto para el futuro del campo como para la seguridad energética de España.
En un contexto en el que el campo reclama medidas eficaces contra la despoblación, el biometano se presenta como un aliado inesperado
Una herramienta contra la despoblación
Más allá de la sostenibilidad y la economía, el biometano tiene una dimensión social que no conviene pasar por alto. Cada planta que se instale en un municipio rural supone empleos, movimiento económico, inversiones en infraestructuras y, sobre todo, la sensación de que el futuro también pasa por esos pueblos.
La lucha contra la despoblación no se ganará solo con discursos: se ganará con proyectos que fijen actividad y población en el territorio. En ese sentido, el biometano puede ser para muchos pueblos lo que en su día fue la llegada de una cooperativa agraria o una industria local. Una razón para quedarse y un motivo para volver.
Los gases verdes no solo resuelven un problema de contaminación en las explotaciones. También nos dan la oportunidad de generar valor añadido, propulsar maquinaria agrícola y abrir un horizonte nuevo para nuestros jóvenes.
La visión de futuro
El biometano no es una moda ni una quimera. Es una tecnología madura, con experiencias de éxito en toda Europa, a la que España debería de mirar, dado el inmenso potencial que tiene. Pero requiere visión política, seguridad jurídica y un compromiso decidido para que agricultores y ganaderos podamos asumir el reto.
El campo español no quiere quedarse al margen de la transición energética. Muy al contrario: quiere ser protagonista, demostrando que el sector agroganadero es parte de la solución al cambio climático y a la crisis energética. Pero no podremos hacerlo solos. Necesitamos una estrategia nacional que priorice el desarrollo del biogás y el biometano, reconociendo su valor ambiental, económico y social.
Los gases verdes no solo resuelven un problema de contaminación en las explotaciones. También nos dan la oportunidad de generar valor añadido, propulsar maquinaria agrícola y abrir un horizonte nuevo para nuestros jóvenes
Una oportunidad que no podemos dejar pasar
El biometano es, en definitiva, una oportunidad doble para el sector agroganadero. Por un lado, permite gestionar de forma sostenible los residuos que generamos, cerrando el círculo de la economía del aprovechamiento y reduciendo nuestra huella ambiental. Por otro, abre una vía de ingresos, empleo y desarrollo para el medio rural, aportando energía limpia y reduciendo la dependencia de combustibles fósiles.
Estamos en un momento decisivo. Si dejamos pasar esta oportunidad, otros lo harán por nosotros y España quedará de nuevo rezagada. Pero si actuamos con decisión, el biometano puede convertirse en una de las grandes palancas de modernización de nuestro campo.
El reto es grande, pero lo es aún más la oportunidad. El gas verde está ahí, esperando. Y el sector agrario está listo para aprovecharlo. Las nuevas tecnologías nos ayudarán en el día a día para hacer nuestro trabajo más fácil y limpio.

