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En el año 1995, el economista y profesor de la Universidad de Zaragoza Fernado Arbués escribía un artículo en la revista “Acciones e investigaciones sociales” en el que reflexionaba sobre el creciente interés que la ciencia económica prestaba al asunto ambiental; acercamiento que era visto con recelo por los tradicionales guardianes -en el ámbito científico y de la militancia ecologista- de los recursos naturales. Apenas tres años antes, la clásica obra “Economía de los recursos naturales y del medio ambiente” (Pearce y Turner) titulaba su capítulo 2 como “Economía circular”, atribuyéndose la autoría de ese concepto triunfador (que no, no lo inventó Ellen MacArthur).
El debate sobre la economía circular, en los albores de 2023, ha avanzado hacia otra disquisición no exenta de un cierto maniqueísmo: si la gestión de los residuos está en el corazón del nuevo paradigma, lo cual sin duda dignifica a los desechos y a los agentes que los recogen y los tratan, o si, por el contrario, los residuos son el fracaso de la economía circular, el aspecto vergonzoso que no se debe enseñar.
Si dejamos planteamientos idílicos a un lado, toca reconocer que la sociedad del “residuo cero” es aún una utopía.
Desde mi punto de vista, si dejamos planteamientos idílicos a un lado, toca reconocer que la sociedad del “residuo cero” es aún una utopía, por lo que la gestión de los residuos es, a día de hoy, el corazón que bombea recursos (materiales y energéticos) a esos procesos metabólicos, que pretenden ser cerrados y ecoeficientes.
De hecho, en los dos últimos años de recuperación postpandémia, el sector de la gestión de los residuos vive su particular revolución, urgido por el ritmo trepidante de las últimas disposiciones normativas que vienen de Europa, esperanzado por la financiación del Mecanismo de Recuperación y Resiliencia, y reposicionándose ante la multitud de nuevos actores públicos y privados que nos ofrecen tecnologías, colaboraciones mediante modelos disruptivos y modelos de negocio que no siempre encuentran acomodo en el corsé legislativo.
Cogersa, el Consorcio público de gestión de residuos de Asturias, celebró el pasado mes de junio el cuarenta aniversario de su constitución -respaldado por el reconocimiento del conjunto de la sociedad asturiana- con una doble mirada: de orgullo por la historia de éxito institucional y técnico que se concreta en un Centro de Tratamiento de Residuos de 400 hectáreas en el corazón de la región y la totalidad de los municipios y el Gobierno regional formando parte del Consorcio, y de responsabilidad de los retos vertiginosos a los que se enfrenta la entidad.
De manera particular, la comunidad autónoma del Principado de Asturias dejará de ser este año el territorio que deposite un mayor porcentaje de residuos municipales mezclados directamente en vertedero, al entrar en funcionamiento una nueva planta de tratamiento mecánico-biológico, con capacidad para 340.000 toneladas de fracción resto de residuos municipales mezclados y 75.000 toneladas de residuos municipales no peligrosos. Con esta nueva instalación, que supone una inversión de 60 millones de euros financiada con recursos propios del Consorcio, se terminan algunos quebraderos de cabeza, pero llegan otros: el incremento de los costes de explotación y su traslado vía tarifas a todos los municipios asturianos, la explotación de una planta que aspira a recuperar casi un 20% de materiales, la estabilidad de los mercados de recursos recuperados, encontrar vías de valorización para las más de 30.000 toneladas de bioestabilizado que generaremos y, sobre todo, hallar destino para las 160.000 toneladas de Combustible Sólido Recuperado (CSR tipo 2), ante la inexistencia de una instalación fina- lista de valorización química o energética en Asturias.
El plan de inversiones de Cogersa para 2023 incluye asimismo un monto de 14 millones de euros para ampliar y mejorar algunas de nuestras plantas (la de biometanización que trata el contenedor marrón, la de compostaje de residuos vegetales, la de residuos de construcción y demolición, y la planta de tratamiento térmico de los residuos sanitarios), para construir una instalación de referencia de preparación para la reutilización y para continuar construyendo Puntos Limpios por toda la geografía asturiana.
La energía está también ineludiblemente en nuestra agenda: instalaciones fotovoltaicas para autoconsumo, upgrading del biogás a biometano para inyección en red, migración de la flota hacia combustibles más sostenibles y mejora de la eficiencia energética de nuestros procesos.
A la par que trabajamos con ahínco en nuestro programa de educación ambiental y estamos involucrados en diversos proyectos de I+D, con objetivos esperanzadores en el medio plazo, ya que apremian los tiempos para cerrar el círculo y hacerlo en condiciones robustas.
Antes esta vorágine, la sensación es que no estamos solos. Desde luego, el ecosistema regional institucional y de innovación nos apoya, y trabajamos cómodos con el sector empresarial privado, pero es preciso reivindicar el papel que han tenido la gestión pública de los residuos y las entidades supramunicipales -no siempre el más lucido y el más reconocido- para llegar hasta aquí. Por eso, reclamamos que las propias Administraciones Públicas estatales y autonómicas apoyen la canalización de financiación específica y den respaldo institucional a los que desde hace décadas venimos generando empleo verde y haciendo economía circular, incluso desde mucho antes que ambas cosas se hubieran nominado. En Cogersa nos sentimos privilegiados por estar este consorcio llamado a ser, en palabras del presidente del Gobierno del Principado de Asturias, la locomotora de la economía circular en nuestra comunidad. Que la inspiración y el entorno nos ayuden a los gestores a pasar de las musas al teatro.