Hoja de ruta para el cambio circular en España

Frente a una economía que extrae, usa y desecha, la economía circular propone conservar valor, regenerar recursos y fortalecer la resiliencia del tejido productivo
Autor/es
Griselda Romero
Publicado en
28-05-2025

La economía circular ha entrado con fuerza en la agenda política, empresarial y académica en los últimos años. Sin embargo, aún hoy, su comprensión tiende a reducirse a una gestión más eficiente de los residuos o a una mejora progresiva del rendimiento de una economía que sigue siendo esencialmente lineal. Esta visión parcial no solo limita el potencial transformador de la circularidad, sino que —paradójicamente— refuerza las inercias del modelo que pretende superar. Porque una economía lineal más eficiente sigue siendo una economía extractiva, intensiva en residuos y vulnerable por diseño.

Frente a esta mirada reduccionista, urge retomar el enfoque original de la economía circular como un cambio de paradigma no centrado en el final del proceso —los residuos—, sino en su origen: en cómo se diseña, se produce, se consume, se mide, se financia y se gobierna. Se trata de repensar las reglas de funcionamiento del sistema económico para hacerlo regenerativo, resiliente y de alto valor añadido.

 

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Ese es precisamente el enfoque del Informe para el Cambio Estratégico en Economía Circular, publicado el pasado mes de febrero, por encargo del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico y elaborado por Bionomía —centro de formación, consultoría y conocimiento en economía circular aplicada y economía regenerativa aplicada—, que constituye la base del presente reportaje. A partir del análisis de tendencias internacionales, entrevistas con líderes de pensamiento y el estudio de buenas prácticas europeas, el informe traza una hoja de ruta de alto nivel para una transición circular ambiciosa, eficaz y adaptada a los desafíos estructurales de España, y ofrece una propuesta rigurosa y estratégica que no se limita a enumerar medidas sectoriales, sino que identifica palancas sistémicas — estratégicas y operativas— que pueden activar un rediseño profundo de los modelos de producción, consumo y gobernanza.

Este reportaje explora los principales ejes del informe del MITERD, elaborado por Bionomía, planteado no como una síntesis, sino como una lectura editorial crítica y ordenada, examinando tanto las palancas estratégicas como las estrategias materiales que deben acompañarlas. Entrevistamos además a una de sus coautoras, Teresa Domenech, profesora asociada de Ecología Industrial y Economía Circular en University College London, quien señala que España sigue operando bajo un modelo económico predominantemente lineal. Sin embargo, “presenta condiciones muy favorables para impulsar una transformación más estructural y sistémica”: una base productiva innovadora, redes urbanas densas e infraestructuras que, reorientadas con criterios circulares, podrían acelerar la transición. Para Domenech, el informe busca llenar un vacío estratégico: “aunque existe ya un marco normativo —en gran parte derivado de directrices europeas—, lo que falta es una visión clara y coherente sobre cómo acelerar el cambio de modelo económico”.

 

Del síntoma a la causa: España frente al reto circular

La oportunidad no es menor. España se enfrenta a retos críticos que amenazan su competitividad y su cohesión social: dependencia de materias primas importadas, pérdida de tejido industrial, desempleo estructural, degradación ecológica y una exposición especialmente alta a los impactos del cambio climático. La economía circular ofrece una respuesta integradora a todos ellos, articulando sostenibilidad, reindustrialización, autonomía estratégica y generación de empleo local.

Pero para desplegar su verdadero potencial, hace falta corregir errores de planteamiento que siguen muy presentes. Uno de los más graves es considerar que basta con reciclar más y desperdiciar menos, cuando lo esencial es rediseñar productos, infraestructuras, políticas e incentivos desde el inicio del sistema. Como advierte Teresa Domenech: “A pesar de los avances, tanto en España como en Europa la economía circular se encuentra aún en una fase temprana. El impulso político en la última década ha sido importante, pero seguimos centrados en enfoques convencionales, con escasa transformación estructural. Los modelos de negocio continúan siendo mayoritariamente lineales y la dependencia de recursos primarios es muy elevada”.

Esta lógica tiene raíces profundas. “Seguimos generando crecimiento económico a partir de dinámicas intensamente materiales. Incluso en sectores aparentemente desmaterializados, el valor sigue vinculado al uso intensivo de recursos”, subraya. Como señala el propio informe, el 80 % de los impactos ecológicos y económicos se definen en el diseño. Por eso, toda estrategia circular debe partir de una premisa clara: no se trata de hacer mejor lo mismo, sino de hacer las cosas de forma diferente.

 

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Palancas para el cambio

Hablar de economía circular es sencillo cuando se reduce a cambiar materiales, separar residuos o implantar tecnologías limpias. Pero la circularidad real no se activa al final de la cadena de valor, sino al principio: en cómo se toman las decisiones, cómo se estructuran los incentivos, cómo se forman los perfiles técnicos y políticos, y cómo definimos lo que cuenta como progreso. Las llamadas palancas estratégicas no actúan sobre productos o flujos de materiales, sino sobre las reglas de funcionamiento del sistema económico. Y son estas reglas —invisibles pero estructurales— las que más profundamente condicionan la posibilidad de una transición circular auténtica.

La primera gran palanca es la gobernanza. La economía circular no puede desplegarse eficazmente si se interpreta como una competencia exclusiva del área de medio ambiente. Su lógica es transversal por naturaleza y debe permear todas las áreas de la acción pública y privada. Para ello, es necesario romper lo que el pensamiento circular denomina bloqueo lineal: una inercia estructural generada por decisiones pasadas —normativas, fiscales, contables, industriales— que perpetúan el modelo de extraer, producir, consumir y desechar.

 

Superar la fragmentación institucional exige convertir la economía circular en una estrategia de país, con liderazgo transversal y coordinación entre todos los niveles de gobierno.

 

Tal como apunta la investigadora, los sistemas de gobernanza siguen respondiendo a esquemas lineales tradicionales, y las políticas se diseñan y aplican por sectores aislados, sin una visión sistémica. Esta compartimentación, añade, frena la alineación entre niveles administrativos y ralentiza la transformación. A su juicio, “la gobernanza es hoy una barrera, pero bien orientada puede convertirse en un potente motor de cambio”.

 

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Los ejemplos de este bloqueo son numerosos: desde una fiscalidad que penaliza el empleo y favorece el consumo de bienes nuevos, hasta marcos contables que incentivan la amortización rápida de los activos y desalientan su mantenimiento o reacondicionamiento. También las normas de contratación pública que excluyen productos remanufacturados, o la legislación sanitaria que obstaculiza el uso de materiales reciclados en determinados sectores.

Superar esta inercia exige una transformación institucional profunda. La economía circular debe ser entendida como una estrategia de país, con visión interministerial e intersectorial. Esto implica formar en mentalidad circular a todos los niveles de la administración, romper los silos departamentales, e incorporar criterios de circularidad en la fiscalidad, la planificación territorial, la sanidad, la educación, la innovación o la industria.

Para que este cambio sea efectivo, la experta subraya la necesidad de un marco coherente entre escalas, señalando que “en España cada comunidad autónoma, e incluso cada ciudad o municipio, puede tener su propio plan de economía circular y gestión de residuos, sin un marco común ni objetivos compartidos”. Esta falta de alineación genera barreras y dificulta una transición coordinada eficaz.

ción coordinada eficaz. Por otro lado, estas nuevas estructuras de gobernanza pueden y deben ser más ambiciosas. Aunque Europa ha asumido un papel de liderazgo en el impulso de la economía circular, ese liderazgo aún no se ha traducido en una transformación profunda del modelo lineal predominante, apunta Domenech, señalando que “las políticas convencionales, muchas veces diseñadas con cautela para no generar rechazo o por temor a lo desconocido, han demostrado tener impactos muy limitados”. Contamos, sin embargo, con suficiente evidencia científica para sostener que las políticas valientes y bien diseñadas pueden generar beneficios sustanciales, que no solo se reflejan en la disminución del impacto ambiental, sino que también generan efectos positivos sobre el empleo y el crecimiento económico, medibles en indicadores como el PIB.

 

Desvincular la inversión de los modelos lineales conlleva fomentar una mentalidad financiera transformadora, transformar la percepción del riesgo y crear instrumentos financieros que hagan atractiva la circularidad.

 

La segunda palanca para activar una transición circular real es la financiación. Hoy, la mayoría de los modelos de financiación priorizan rentabilidades a corto plazo, lo que favorece estrategias lineales basadas en altos volúmenes, rápida obsolescencia y baja resiliencia. En este contexto, los modelos circulares siguen siendo percibidos por muchos inversores como arriesgados o poco rentables, cuando en realidad lo arriesgado es seguir financiando sistemas extractivos, contaminantes y frágiles frente a crisis de suministro o cambios regulatorios.

 

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A ello se suma una arquitectura fiscal que, como indica Teresa, “en muchos casos favorece el consumo de recursos vírgenes en lugar de incentivar la reutilización o el aprovechamiento de materiales secundarios”. Esto ocurre tanto por una mayor carga fiscal sobre ciertos procesos circulares, como por la ausencia de incentivos claros que fomenten alternativas sostenibles.

Existen, sin embargo, ejemplos inspiradores: desde bancos holandeses que ofrecen productos financieros vinculados al rendimiento del ciclo de vida de los activos, hasta fondos públicos en Japón que respaldan proyectos circulares de forma transversal, alineando objetivos económicos y ambientales. Pero para que estas prácticas se generalicen, es imprescindible desarrollar métricas robustas, marcos comparables y mecanismos que revelen tanto los beneficios diferidos de lo circular como los costes estructurales de la linealidad. Solo así el capital privado podrá percibir la economía circular no como un riesgo, sino como una oportunidad estratégica, y convertirse en un aliado real de la transformación sistémica que el contexto exige.

 

Cerrar el círculo económico requiere formar a profesionales capaces de rediseñar sistemas desde el origen, con visión técnica, política y económica, e integrar la economía circular en todos los niveles del sistema educativo.

 

La tercera gran palanca es la formación y el diseño. La mayoría de los impactos ambientales de un producto se determinan en su fase de concepción, y sin embargo, muchas disciplinas técnicas, creativas e industriales siguen reproduciendo lógicas lineales. Para avanzar hacia una economía verdaderamente circular, no basta con rediseñar productos: es imprescindible rediseñar también las competencias necesarias para crearlos. Como subraya la experta, “la economía circular requiere profesionales capaces de entender tanto los aspectos técnicos como los económicos, políticos y normativos del sistema.” Sin este tipo de formación multidisciplinar, advierte, seguirá siendo más fácil y rentable actuar de forma lineal. 

Además, esta transformación educativa no solo es clave para el cambio estructural, sino también una oportunidad de desarrollo económico que abre una oportunidad laboral sin precedentes. La economía circular, más intensiva en empleo que la lineal, podría generar cientos de miles de puestos de trabajo en la próxima década. Países como Finlandia ya lo están demostrando: han integrado la circularidad en su sistema educativo desde primaria hasta la universidad, formando cada año a miles de profesionales capaces de liderar esta transición.

Pero más allá de los perfiles técnicos, es igual de urgente formar a la ciudadanía. Domenech insiste en que la economía circular debe extenderse a todos los niveles del sistema educativo, no solo en entornos especializados. “Una ciudadanía informada, empoderada, capaz de identificar prácticas circulares reales y distinguirlas del greenwashing, es esencial para cambiar hábitos de consumo y generar una demanda consciente”.

Ese cambio solo será posible si se ofrecen herramientas claras para la toma de decisiones, como un mejor etiquetado que incluya huella de carbono, impacto hídrico o condiciones sociales de producción. “Muchos consumidores ya están dispuestos a elegir opciones más sostenibles, pero necesitan información fiable y accesible”, asevera. Sin ese acceso al conocimiento, difícilmente podrán ejercer su poder transformador.

 

Las palancas estratégicas no son accesorias, son condiciones de posibilidad: sin ellas, las estrategias materiales de la circularidad quedan fragmentadas o bloqueadas; con ellas, es posible articular un modelo económico que funcione de forma distinta desde su base.

 

La última gran palanca —y posiblemente la más transversal— es la gestión de datos y el despliegue tecnológico. Ninguna transición puede planificarse sin mapas, y ningún sistema puede transformarse si no se mide con rigor. La economía circular requiere una infraestructura nacional de datos que permita generar indicadores fiables, trazables y comparables, tanto a nivel territorial como sectorial. Esta medición no debe limitarse a flujos de residuos o materiales, sino abarcar también tasas de reparación, reutilización, remanufactura, duración de productos e impactos económicos. Solo de esta manera será posible identificar los verdaderos cuellos de botella, evaluar políticas públicas y orientar inversiones estratégicas.

 

Avanzar hacia una circularidad efectiva hace necesario medir con rigor, disponer de una infraestructura de datos robusta y organizada, y aplicar tecnología para escalar soluciones.

 

Teresa Domenech diagnostica que “en España existen importantes carencias en el conocimiento sistematizado sobre los flujos de materiales: qué extraemos, qué tenemos en stock y qué desechamos como residuo.” Aunque la normativa europea obliga a ciertos reportes, estos datos no están diseñados para hacer análisis de circularidad ni ofrecen suficiente granularidad territorial, explica. Esto impide, por ejemplo, el desarrollo de estrategias de simbiosis industrial, que serían especialmente viables en un país con múltiples clústeres productivos como el nuestro.

Además, los datos no son solo una herramienta de gestión, sino el combustible esencial para tecnologías emergentes que pueden acelerar la circularidad a gran escala. Desde pasaportes digitales de productos y trazabilidad con blockchain, hasta sensores ambientales, mantenimiento predictivo o plataformas de simbiosis industrial basadas en inteligencia artificial, toda esta arquitectura tecnológica depende de datos de calidad. Herramientas como los gemelos digitales, que ya se usan en ámbitos como el modelado climático, permiten simular sistemas circulares complejos antes de implementarlos, reduciendo riesgos e incrementando eficacia.

 

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Romper con la obsolescencia programada demanda políticas que faciliten la reparación, el mantenimiento y la vida útil extendida de los productos.

 

La durabilidad es el primer eslabón. Ningún sistema puede sostenerse si los productos están diseñados para fallar, no abrirse o imposibilitar su reparación. Frente a esta lógica de lo efímero, emergen dos palancas clave: el derecho a reparar y la legislación contra la obsolescencia programada, que redistribuyen responsabilidades entre fabricantes y usuarios y generan empleo local y resiliente.

Pero la durabilidad no es solo una cuestión técnica: exige un rediseño profundo de productos, sistemas y modelos de negocio, rompiendo el bloqueo estructural que aún impone la linealidad. A este esfuerzo se suman las tecnologías emergentes: la inteligencia artificial aplicada al mantenimiento predictivo o los gemelos digitales en el diseño industrial permiten anticiparse al deterioro, optimizar recursos y extender la vida útil, siempre que el producto haya sido concebido desde una lógica circular. Sin diseño para durar, no hay circularidad posible.

 

Reducir el consumo de recursos pasa por apostar por modelos basados en servicios, apoyados por regulaciones, incentivos y una cultura empresarial adaptada.

 

En este sentido, cambiar la propiedad por prestaciones es mucho más que una innovación comercial: es una palanca sistémica con un enorme potencial transformador. Los Sistemas Producto-Servicio (PSS) trasladan al proveedor la responsabilidad sobre el mantenimiento, la obsolescencia y el fin de vida del producto, alineando sus incentivos con la durabilidad, la reparación y la actualización tecnológica. Además, al permitir que múltiples usuarios compartan un mismo activo, se reduce drásticamente el stock necesario para cubrir una necesidad, aumentando la eficiencia del sistema.

 

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Pero estos modelos no funcionan por sí solos: si no se rediseñan los productos para este nuevo contexto —con modularidad, facilidad de reparación y control del ciclo de vida—, la servitización puede perpetuar la lógica lineal e incluso amplificarla, como demuestran los fracasos de algunos sistemas de movilidad compartida. La clave está en articular diseño, regulación, mecanismos financieros e infraestructuras tecnológicas para desbloquear todo su potencial circular.

 

Aprovechar el potencial del reuso implica eliminar barreras fiscales y administrativas, y fomentar su integración en compras públicas y privadas.

 

La reutilización por su parte, permite extender el valor económico, material y energético incorporado en productos ya fabricados, sin necesidad de transformarlos ni invertir nuevos recursos. A través de plataformas digitales, mercados de segunda mano o redes B2B, esta estrategia ofrece beneficios ambientales inmediatos y una eficiencia económica creciente. Casos como Wallapop en España o MachineTrack en Países Bajos demuestran que el reuso no solo es viable, sino competitivo. En sectores como la moda, la electrónica o el equipamiento industrial, el mercado de segunda mano crece de forma sostenida, y se proyecta que alcance los 65.000 millones de euros en Europa en 2025.

Sin embargo, su consolidación requiere superar importantes obstáculos: barreras fiscales y burocráticas, falta de confianza del consumidor y escasa integración en la contratación pública o las cadenas de suministro institucionales. Además de su impacto directo, estas plataformas actúan como prescriptoras culturales, promoviendo una nueva lógica de valor basada en la conservación y no en el descarte. Reutilizar, por tanto, no es solo alargar la vida útil de un objeto: es reeducar la lógica económica y cultural en torno a una economía circular real.

 

Escalar sistemas de envases reutilizables necesita infraestructuras interoperables, modelos de incentivo y estándares nacionales bien definidos.

 

En paralelo, los sistemas de reutilización de envases representan una palanca transformadora en un sector dominado por los residuos y el consumo de materiales de un solo uso. Para que estos sistemas funcionen, deben cumplir condiciones estrictas: envases diseñados para durar, logísticas de retorno eficientes, materiales no tóxicos, trazabilidad digital y tasas de reutilización superiores al 80 %. Iniciativas como Sykell en Alemania, con su sistema estandarizado de envases y gestión digital, o Logifruit en España, demuestran que es posible operar a gran escala con eficiencia y viabilidad económica.

El éxito en entornos B2B se explica por la lógica de coste-eficiencia, menos sujeta a hábitos o marketing, pero el reto está en trasladar esta lógica al consumo masivo (B2C), donde la cultura del usar y tirar sigue siendo dominante. Para escalar estos modelos, es clave desarrollar infraestructuras interoperables, estándares normativos comunes e incentivos fiscales adecuados, así como explorar herramientas tecnológicas como la inteligencia artificial y los pasaportes digitales. En este ámbito, la reutilización no es solo una opción técnica, sino una decisión estructural sobre cómo queremos organizar el flujo de materiales en nuestra economía.

 

Aprovechar el valor latente de los equipos existentes obliga a facilitar su remanufactura mediante cambios normativos, logísticos y de compra pública.

 

En sectores industriales y de transporte, una de las estrategias más potentes —y a la vez más infrautilizadas— es la remanufactura. A diferencia de la reparación o el reacondicionamiento, este proceso industrial devuelve los productos a un estado funcional y estético equivalente al nuevo, con garantías similares, pero con un uso de materiales, energía y recursos drásticamente menor. Sus beneficios son múltiples: reduce hasta en un 90 % el uso de materias primas, en un 80 % las emisiones, y genera un retorno de inversión cinco veces superior al de la fabricación convencional. Países como Francia, Suecia o Alemania están liderando el camino con normativas específicas, incentivos fiscales y centros de innovación dedicados

En España, sin embargo, este enfoque sigue siendo marginal. Electrificar flotas públicas mediante remanufactura —en lugar de sustituirlas por vehículos nuevos— o reconvertir parte de los 40.000 talleres mecánicos en centros de adaptación tecnológica con kits de conversión estandarizados podría activar una industria circular de alto valor, con enorme potencial para la creación de empleo local y la reducción de residuos. A ello se suma el impulso ciudadano e internacional, como el caso de la Asociación Latinoamericana del Retrofit, que demuestra que la barrera no es técnica ni económica, sino legislativa y cultural. Apostar por la remanufactura implica, en definitiva, repensar nuestras infraestructuras desde el valor existente, y no desde la obsolescencia planificada.

 

Evitar que el reciclaje se convierta en eje del modelo significa diseñar productos desde el inicio para facilitar su recuperación efectiva mediante procesos técnica y económicamente viables.

 

Por último, el reciclaje: necesario, pero insuficiente. Aunque ha sido durante años la cara más visible de la economía circular, también ha sido la más sobrevalorada y malinterpretada. El reciclaje no debe ser el centro del modelo, sino el último recurso cuando ya se han agotado las estrategias de mayor valor. Para que sea verdaderamente circular, debe cumplir con cuatro condiciones esenciales: deseabilidad ecológica, factibilidad técnica, escalabilidad operativa y viabilidad económica frente a los materiales vírgenes.

Todo eso —una vez más— depende del diseño. Diseñar para reciclar significa concebir productos desde el origen para facilitar la recuperación de materiales con alta pureza y valor, evitar mezclas inseparables o tóxicas y planificar sistemas que recojan, separen, limpien y procesen eficazmente. El reciclaje no es una acción, sino un sistema complejo, con múltiples técnicas (desde la despolimerización hasta la purificación o la fundición), cuyo éxito depende de decisiones que se toman mucho antes de que el residuo exista.

Sin embargo, como menciona Teresa Domenech, “en muchos casos, lo que se observa es un proceso de downcycling: los materiales se reciclan, pero se destinan a aplicaciones de menor valor.” Es decir, entran de nuevo en el sistema económico, pero degradados, con menos capacidad de sustitución de materias primas vírgenes. Esto no solo limita el impacto del reciclaje, sino que perpetúa la necesidad de seguir extrayendo nuevos recursos. La experta señala que incluso los instrumentos regulatorios más prometedores, como la responsabilidad ampliada del productor, siguen aplicándose sobre todo a través de mecanismos financieros — es decir, los productores asumen una parte del coste de la gestión de los productos al final de su vida útil—, sin asegurar que los materiales realmente vuelvan a entrar en el ciclo económico “en condiciones óptimas”.

Por tanto, confiar en el reciclaje sin replantear el diseño de los productos, los sistemas de recogida o los modelos de negocio equivale, en muchos casos, a una estrategia de contención más que de transformación. Una economía verdaderamente circular no puede apoyarse en procesos que entran en juego cuando ya se ha perdido la mayor parte del valor. Diseñar para reciclar es también diseñar contra aquello que impide reciclar.

 

Cerrar el círculo, abrir el cambio

Todo lo anterior apunta a una conclusión ineludible: la economía circular no es un destino al que se llega con ajustes incrementales, sino una dirección estratégica que exige revisar los fundamentos del sistema productivo. No bastan las declaraciones ni los gestos simbólicos: hacen falta políticas valientes, estructuras coordinadas, inversiones alineadas y decisiones fundamentadas. Y, sobre todo, hace falta visión: la capacidad de imaginar un modelo económico que no dependa de agotar recursos, externalizar impactos ni dejar atrás a quienes no se adaptan.

Como augura Teresa Domenech, en los próximos años podríamos ver avances significativos en sectores como la construcción, donde ya existen pilotos que empiezan a consolidarse. Las tensiones globales sobre el acceso a recursos están acelerando este cambio: “no se trata solo de buscar resiliencia con nuevos proveedores, sino de mirar hacia dentro, reconocer el valor de lo que ya tenemos y aprender a conservarlo”, afirma.

Esta lógica —basada en el rediseño temprano, el aprovechamiento de materiales existentes y la eficiencia sistémica— no solo anticipa nuevas normativas, sino una nueva manera de pensar el desarrollo. Cerrar el círculo no significa volver al punto de partida, sino avanzar con inteligencia hacia un modelo que conserve, regenere y reparta mejor

 

 

 

 

 

 

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