Heptacloro en aguas de lavado industriales: ¿existe en España un mercado negro de plaguicidas prohibidos?
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Desde hace más de una década, la prohibición de plaguicidas y biocidas con toxicidad elevada y comportamiento recalcitrante (difícil de eliminar) y persistente ha reducido su uso en España. Entre algunos de los ejemplos más representativos destacan los plaguicidas carbamatos, organoclorados, organofosforados y los arsenicales.
No obstante, el caso más llamativo es el del heptacloro, que se va acumulando de forma paulatina en suelo. Puede causar cáncer y actuar como disruptor endocrino, con la capacidad de provocar alteraciones hormonales en medios acuáticos y terrestres.
De entre todos sus impactos nocivos, éste último es el que más preocupa, ya que fomenta la toxicidad neurológica y cambios hormonales tanto en la fauna como en los humanos. Por otro lado, su paso al ciclo del agua y su posterior ingesta producen daños en la salud muchas veces insospechados, ya que la patología surge sin observarse una causa clara ni definida. Además, este tipo de sustancias pueden actuar de forma lenta pero acumulativa.
¿No estaba este plaguicida prohibido?
Las políticas ambientales, tanto nacionales como europeas, implantan textos legales muy restrictivos en cuanto a vertidos al medio ambiente. La preocupación no se enfoca en el material de desecho en sí, sino en su composición y en la categoría de toxicidad de los compuestos que lo conforman.
Su caracterización, la determinación de la composición química, física y microbiológica y su análisis cuantitativo resultan procedimientos decisivos e imprescindibles no sólo para su posible reutilización, sino también para su propio vertido bajo el cumplimiento de los estándares establecidos.
El uso del heptacloro lleva tiempo regulado en la recolección y procesamiento de alimentos. La mayor parte de los países define los límites atendiendo a los Límites Máximos de Residuos (LMR), establecidos por organismos tan relevantes como la Organización Mundial de la Salud (OMS).
En España, la comercialización y el uso de heptacloro se prohibieron hace más de tres décadas. No obstante, trazas del pesticida encontradas recientemente en aguas de lavado indican que el uso de este compuesto, totalmente restringido por la normativa, se estaría volviendo a emplear en tratamientos plaguicidas de productos hortícolas.
Después de tantos años prohibido, el heptacloro debería haber desaparecido del medio ambiente, al menos a nivel de concentración de trazas en agua y suelos. Si bien se trata de un producto muy persistente, el paso del tiempo y los agentes bióticos y abióticos del entorno deberían haber eliminado la mayor parte del mismo.
No obstante, diversos análisis de líquidos procedentes del lavado de productos hortícolas españoles han identificado su presencia, con valores que exceden los niveles mínimos y sospechosos de ser peligrosos. Este problema –que no ocurre en un contexto industrial concreto, sino en varios de forma aleatoria en diferentes muestras– podría revelar la existencia de un mercado negro de pesticidas.
Los desafíos de una agricultura productiva que no contamine
Además de determinar y cuantificar la prevalencia del heptacloro, resulta prioritario analizar las causas de su posible posible uso fraudulento. El escenario actual que afronta la agricultura es desafiante. Mientras surgen plagas nuevas con propiedades más agresivas, resistentes e inesperadas, muchos compuestos biocidas o fitosanitarios presentan un bajo poder para reducirlas. Además, las políticas en torno al uso de ciertas sustancias para el sector agrícola son cada vez restrictivas. Se trata de un problema complejo que requiere de soluciones entre muchos agentes.
La importancia de la agricultura en nuestro país obliga a llevar a cabo un control coherente del uso de determinados plaguicidas y a ser conscientes de los riesgos y persistencia de productos como el heptacloro, con tantas repercusiones en el medio ambiente y en la salud.
Por eso resulta urgente aunar entre todos el uso racional del agua y reducir su contaminación. Tóxicos como el heptacloro, entre otros tantos plaguicidas, son difíciles de eliminar y no deberían ser empleados bajo ninguna circunstancia.
Se necesita implementar procesos de depuración más complejos y actualizar la legislación ante procesos nuevos derivados de cambios como la reducción y mayor control de vertidos de determinados productos de higiene personal, tratamientos hormonales o la disminución de aditivos en la síntesis de polímeros de uso cotidiano con los que se elabora ropa, juguetes, envases o dispositivos médicos, entre otros.
También se requiere una mejora del ciclo del agua que permita optimizar recursos hídricos. Una forma de hacerlo es recuperar efluentes (líquidos procedentes de plantas industriales) y estudiarlos para analizar sus distintos orígenes. Todas estas medidas deben llevarse a cabo manteniendo, además, los principios deontológicos de un ingeniero químico: el respeto por el medio ambiente.
La sostenibilidad en el ámbito de la ingeniería química implica el diseño, la implementación y el análisis de modelos que fomenten el ahorro de recursos, la economía circular y el respeto por el medio ambiente, así como por los trabajadores y todos los ciudadanos. Los ingenieros químicos disponemos de medios y financiación que podríamos dirigir a la investigación con el fin de aportar soluciones factibles, viables y escalables a nivel industrial.
Un artículo de Borja Garrido Arias, Universidad Pontificia Comillas

