La COP29 ha acabado, pero la acción climática también necesita financiación privada: cuatro claves para conseguirla
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La conferencia de las Naciones Unidas sobre el clima de este año (COP29) ha llegado a un polémico final, con los países ricos comprometiéndose a movilizar 300 000 millones de dólares anuales de aquí a 2035 para ayudar a los países más pobres a luchar contra el cambio climático: el triple de los niveles de financiación actuales, pero muy lejos de lo que el mundo en desarrollo había esperado. Los delegados de 190 países hicieron horas extraordinarias para no irse de Bakú (Azerbaiyán) con las manos vacías.
Según el acuerdo, las naciones ricas pagarán de diversas fuentes, incluidos los gobiernos y los acuerdos bilaterales y multilaterales. El acuerdo también reafirmó las promesas de la COP28, que incluían triplicar las energías renovables, duplicar la eficiencia energética y abandonar los combustibles fósiles.
El objetivo actual de 100 000 millones de dólares anuales expira en 2025, por lo que fijar un nuevo objetivo era uno de los mandatos clave de la COP29. Antes de la conferencia de Bakú, había un acuerdo general en que una crisis climática cada vez más profunda exige una mayor inversión financiera, pero las estimaciones de cuánto oscilaban entre 200 000 millones y 1,3 billones de dólares al año.
Sin embargo, la inversión nacional es sólo una parte de la historia: la lucha contra el cambio climático también exige un nivel sin precedentes de cooperación internacional entre los intereses privados, los bancos de desarrollo y los mercados de carbono. He aquí cuatro vías clave para que el mundo intensifique la lucha contra el calentamiento global más allá de los confines de la COP29.
1. Fomentar la inversión privada
El acuerdo final de la COP29 deja claro que los fondos públicos sólo llegarán hasta cierto punto en la financiación de la transición verde. La necesidad de capital privado es cada vez mayor.
Pero uno de los pasos clave para movilizar la financiación privada a gran escala es la normalización y la convergencia. Esto puede sonar poco sincero en un contexto político que parece cada vez más fracturado, pero para que las instituciones financieras y los mercados apoyen la financiación climática, tienen que saber en qué se están metiendo.
Establecer esas definiciones es tarea de los bancos centrales, los organismos de normalización, los reguladores y las bolsas de valores. La coordinación a este respecto debe mejorar drástica y rápidamente.
2. Combatir el lavado verde
Tenemos que mejorar las normas mundiales para contrarrestar el lavado verde o greenwashing, el marketing que persuade a los consumidores, o a los inversores, de que una empresa está más preocupada por el medio ambiente de lo que realmente está.
Aunque los mercados de capitales son globales, funcionan dentro de marcos fragmentados que socavan su eficacia. Esto ha provocado un aumento del “lavado verde”, ya que las empresas y los inversores operan bajo directrices vagas o incoherentes: expresiones como “respetuoso con el medio ambiente” o “verde” pueden tener connotaciones legales o culturales diferentes en distintos lugares del mundo.
La taxonomía verde de la Unión Europea es un paso en la dirección correcta, ya que ofrece una transparencia que ayuda a evitar el lavado verde y alinea la inversión con auténticos esfuerzos de sostenibilidad.
3. Normalizar los créditos de carbono
Las acciones y los bonos son universales, pero los créditos de carbono no. Dependen del país, porque los distintos Estados establecen sus propios sistemas de comercio de emisiones, y les ponen el precio correspondiente.
La fragmentación de los precios del carbono es un obstáculo importante para la acción climática mundial. Aunque el daño económico de las emisiones se comparte a nivel mundial, los precios del CO₂ varían mucho de un país a otro, y esta fragmentación socava la eficacia de la financiación climática. También complica el comercio mundial, la inversión y las estrategias de reducción de emisiones.
Una norma mundial para la fijación de los precios del carbono mejoraría la coordinación, reduciría las distorsiones del mercado y facilitaría la inversión transfronteriza.
No se trata sólo de una cuestión ética, sino también práctica. Sin un enfoque equilibrado, la resistencia pública en las regiones dependientes de los combustibles fósiles será enorme, lo que ralentizará o detendrá por completo el progreso. Estos gobiernos deben ser capaces de invertir en la reconversión profesional, el desarrollo comunitario y las infraestructuras que apoyen medios de vida alternativos, garantizando que los más afectados por el cambio a una economía verde no se queden atrás.
4. Implicar a los bancos de desarrollo
En el pasado, instituciones como la Organización Mundial del Comercio fueron fundamentales para promover el comercio durante el apogeo de la globalización, y los Bancos Multilaterales de Desarrollo (BMD) pueden desempeñar hoy una función similar para la financiación de la lucha contra el cambio climático.
Los BMD –como el Banco Mundial y el Banco Europeo de Inversiones– están en una posición única para actuar como coordinadores de la financiación climática, mitigando el riesgo y movilizando la inversión privada.
Mediante procesos estructurados, riesgos compartidos y mejoras crediticias, los BMD ejercen un efecto multiplicador que atrae capital privado para proyectos climáticos que, de otro modo, podrían considerarse demasiado arriesgados. Aprovechando sus asociaciones, estos bancos pueden liderar cambios transformadores, reuniendo capital público y privado para ampliar la financiación climática de una forma que las intervenciones gubernamentales tradicionales por sí solas no pueden lograr.
Aumentar la financiación transfronteriza de la lucha contra el cambio climático redunda en interés de los países desarrollados, dados los riesgos económicos a los que se enfrentan. La armonización de los precios del carbono y unas normas ecológicas sólidas reducen las ineficiencias y generan confianza. Los BMD, con su efecto multiplicador, pueden movilizar capital privado a gran escala. Estos pilares no son idealistas, sino prácticos, y alinean los intereses nacionales con las necesidades mundiales.
Artículo de Nuno Fernandes, IESE Business School (Universidad de Navarra).